viernes, diciembre 18, 2009

un sillon, una mesa de centro y un café 1

Soy un tipo normal, con gustos muy normales, tal vez, y solo tal vez, sean mis aficiones tan normales que terminan por no parecerlas tanto y se confunden con otras más raras, cosas muy extrañas y exóticas para muchas personas, incomprensibles para otras y, en lo particular, son situaciones que me tienen completamente sin cuidado.

Mis aficiones generalmente vienen como resultado de una serie de confabulaciones del universo, una gama de opciones que se presentan ante mis ojos como fichas de domino y que van cayendo con calma, al chocar unas con otras, hasta golpear mi cara, al otro lado de la mesa. ¡Solo así!, en estos momentos de mi vida no me detengo mucho a analizar los factores operantes en dicha asociación de estímulos, las cuales los seres humanos hemos aprendido a llamar destino o casualidad.

Recuerdo que hace unos años estaba obsesionado con conocer las particularidades de dichos lineamientos que rigen nuestras vidas, buscaba con ahínco una explicación lógica y verdadera para poder comprender dicha seriación de eventos, así llegue a miles de teorías respecto al tema, unas basadas en las necesidades individuales, en el sistema inconsciente, en carencias emocionales, en enseñanzas que la vida pone a nuestro alcance, dichas teorías no viene al caso describirlas, puesto que esa no es materia de este texto, ni referencia fidedigna de conocimiento tácito. Lo importante ahora, lo que me atañe es mencionar que ahora no me interesa saber porque existen estos momentos, sino mas bien, ahora únicamente tiendo a disfrutarlos y a aprender de ellos, a preverlos y reaccionar rápido para satisfacer esas necesidades individuales o universales, es decir, a ver las fichas caer y disfrutar el golpe en mi nariz, para posterior a ello, abrir los ojos y mirar el mensaje que cada ficha caída me ha dejado encomendado.

Así pues, mis aficiones son simples momentos de inspiración alimentada durante estas coincidencias que el destino nos tiene preparadas. Hace unos días al regresar a casa, y muy próximo a ella. Cabe aclarar que en el lugar en el que vivo no hay muchos lugares a donde ir, no hay plazas comerciales, bibliotecas, parques, cines o demás centros recreativos, los lugares de reunión se dividen básicamente en cuatro sitios: un supermercado, las canchas de fútbol, la iglesia o algún mercado popular o tianguis, en estos últimos varía según el día, así que el tener esta visiones tan cercano a casa, reduce la posibilidad de concretarlas a menos que dicho gusto requiera para su satisfacción algún lugar como estos. Regresando a la idea inicial, cuando volvía a casa me llego este golpe del destino, y me llego a concebir la idea de pasar un rato ameno, lindo, un instante de tiempo y vida donde pudiera realizar alguna actividad que me llenara, satisfactoriamente y por completo, el alma. Así pues... mi cabeza se lleno de imágenes y vino a ella una con una fuerza brutal, misma que quiero compartir

La idea giraba en torno a tres elementos primordiales, una taza de café, un sillón blanco y una mesita de centro. De pronto me imagine la escena completa. Mientras caminaba por unas calles que no conozco (o que no recuerdo) me encontraba con una pequeña librería con servicio de cafetería, el lugar me parecía agradable a la vista y desde fuera del local aparecía ante mis ojos la imagen de un pequeño sillón de dos plazas, un sillón blanco mullido y colocado en una esquina del local, al frente del asiento una pequeña mesa de centro y otros dos sillones del mismo material, color y forma, aunque a mí solo me llamaba la atención el que se hallaba en el rincón. La mesa tenía un acabado en negro, con cristales tallados y, al centro, un pequeño mantel con un gran cenicero. Alrededor de ese pequeño espacio gestado por el dios del confort, dos meseras con faldas negras hasta la rodilla, saco negro y una camisa de manga larga blanca, al parecer satinada, deambulaban entre las mesas para atender a los únicos cuatro clientes que tenían, dos parejas, sentadas una en el extremo opuesto de la salita que mire desde fuera y la otra en el centro de las 12 mesas que había en el local. También se divisaba la barra de la cafetería y detrás los aparatos, botellas y menjunjes que emplean para hacer bebidas, en los muros de la cafetería estaban tres estantes que cubrían del piso al techo con entrepaños llenos de libros, en el rincón opuesto a la sala, también había dos anaqueles de menor tamaño llenos de libros.

De pronto, mis observaciones se veían interrumpidas por el aroma del café, no soy experto catador de bebidas, pero sé que si algo resalta en mis sentidos me agrada, así que invadido por ese hedor me acerco a paso firme hacia el lugar. Entro al local, limpiando mis pies en la entrada mientras que una de las meseras me saluda con un – Buenas tardes. –y una linda sonrisa posterior a las palabras. Yo respondo asintiendo con la cabeza y repitiendo en automático – Buenas tardes. Y me dirijo hacia el sofá que había visto unos instantes antes y que llamo mi atención por completo. Me siento en él y miro alrededor, de pronto se acerca una mesera, tendrá unos 20 años y me ofrece la carta, me indica que regresará en unos minutos. Yo me recargo en el sillón y disfruto los cojines, ni muy suaves, ni muy duros, elijo de entre el menú un “café americano rellenable” (así dice la carta), en lo que la chica se retira saco de entre mis cosas un libro y comienzo a leer, el tiempo comienza a transcurrir muy rápido, después de cuatro páginas leídas me traen el café, el aroma es delicioso, pese a ser un vulgar café americano, con una sonrisa la mesera me dice:

- aquí esta, que lo disfrutes, cualquier otra cosa me avisas.

A lo que contesto:
- Muchas gracias, te avisaré. Y sonrío nuevamente.

Ella se retira y yo le agrego dos cucharaditas de azúcar, y dejo la crema para otra ocasión, no me agrada la crema en los cafés, y comienzo a revolver mi café. Bebo un sorbo tratando de no quemarme, ¡Oh sorpresa! Lo he conseguido, no me queme; y adopto una posición más cómoda para seguir leyendo, entre página y página doy sorbos al café, y entre sorbo y sorbo la taza se vacía, y entre taza y taza la mesera viene y repite el mismo dialogo:

- ¿Está bien? ¿Necesita algo más?

A las cuales mi respuesta siempre fue:

- Si estoy bien, gracias. Y, ahorita no necesito nada más, muchas gracias chica.

Y se despide con una sonrisa y yo la despido con una sonrisa, el evento ocurre varias ocasiones, y cada vez al terminar este dialogo, regreso a mi lectura, de repente, al hacer pausas para cambiar las paginas veo la gente a mi alrededor, el lugar se ha ido llenando y vaciando, pero siempre hay otros clientes. Me gusta observarlos en lo que cambio de página o en lo que revuelvo el azúcar y el café, me agrada verlos a los ojos y saludarlos con sutiles movimientos de mi cabeza, acto seguido mirarlos a los labios, sean hombres o mujeres, es indistinto, todos hacen lo mismo en una cafetería: charlar (¿será que el café tiene en sus etiquetas naturales esa habilidad?, ¿será su carta de presentación?: Hola, soy el café mis características básicas son de estimulación del sistema nervioso y una de mis cualidades es generar y mejorar la comunicación humana, fomentando la charla entre las personas; supongo que el café ha de jactarse de esas cualidades), así que me gusta mirarlos charlar e inventar historias que ellos cuentan al mover los labios, es un pasatiempo extraño que me surgió en algún momento que no puedo precisar. Inmerso en mis procesos de invención de diálogos de pronto me llega una melodía, a la distancia no logro distinguirla, al hacerme consiente cambian la música y al no logar engancharme, prosigo en mis cavilaciones y cambia de nuevo la música, lucho por regresar al plano humano y distingo cambios de ritmo, entre el jazz, el funk, el soul y el blues, ¡Wow! Justo lo necesario para terminar de hacer este lugar ameno. Regreso a mi lectura y el tiempo sigue su marcha.

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